CIUDADES DE TRÁNSITO

“Todo viaje es iniciático”
Michel Onfray

A menudo, el viaje no es más que una forma de habitar transitoria. En cierto modo, una huida constante hacia adelante. Una compulsión que empuja al viajero a abarcar cada vez más territorio, ya que se cree que quien más viaja, más conoce, más se evade, más agranda su abanico sensorial y experiencial, y en definitiva más vive.

Nos sometemos a este deseo de vida plena, porque, ¿quién no quiere vivir? Y con esta premisa, comenzamos una búsqueda ávida de nuevas ciudades, nuevos lugares, momentos, experiencias,… sin darnos cuenta que esta tendencia a la acumulación nos lleva a una pérdida de consciencia sobre el hecho en sí del viaje, bajo la cual, ya no somos nosotros los que estamos pasando por la vida, sino que es la vida la que pasa por nosotros.

Este avanzar zombi hacia una conquista irracional de cantidad de territorio, nos desposee de la esencia última del viaje: el tránsito.

Entenderemos tránsito en este contexto, como el proceso mediante el cual un viaje físico se transforma en un viaje emocional, en el cual, el individuo crece por la experiencia y a través de lo que le es ajeno, llegando a un estado de autoconocimiento a través de los otros.

Las ciudades-tránsito, trabajan como parte redentora y fundamental del recuerdo, metabolizando los espacios en sensaciones subconscientes que vienen a nosotros como un diaporama en el que hayamos finalmente una conjunción entre lo vivido y lo hayado, llegando así a una experiencia autorreferencial que da lugar al viaje propiamente dicho.

Bajo esta conjunción, las ciudades son transformadas constantemente por el recuerdo y la vivencia; son tránsitos de uno mismo. Cada ciudad vivida es un yo transitorio, un yo que no vuelve, un yo que evoluciona y crece y se siente distinto en cada imagen que la ciudad arroja en su memoria.

Viajaremos entonces para descubrirnos, para sabernos diferentes y para finalmente llegar a la conclusión de que todas las ciudades son la misma repetida, pero una vez habitadas, mutarán y ya nunca nos ofrecerán la misma cara. Las ciudades serán así el tránsito hacia nosotros mismos. Una vez vividas, se interiorizan y ya son, “nosotros”.

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