Los sabios se esconde bajo los limoneros

No sé si ustedes podrán comprender este sentimiento de raíz que a mí me tañe en el pecho y mucho más en estos días en los que parece que la única salida en España es Barajas, pero es que últimamente parece que o muy tonto se es, o lo más sensato sería emigrar como ya antaño hicieron otros. Pero verán, yo no me quiero ir, lo digo en bajo, no vaya a ser que las multitudes se revelen o me acusen de poco inteligente, y ahora les explicaré por qué. 
Verán, los martes es mi única tarde libre a la semana, normalmente la malgasto en recados, compromisos y demás, pero últimamente dado al invierno estival que nos está regalando el clima, (creo que con más mala leche que otra cosa), me he dado en el vicio de salir al sol los martes y pasear. Cuando salgo de mi descanso me dirijo al limonero que está al fondo de la huerta, porque sé que sin lugar a dudas él estará allí. Ha sabido elegir el mejor hueco de toda la casa, hay sombra, no hace viento y huele fenomenal; perfecto. Me siento en frente, y charlamos, para mí es el oráculo del limonero, siempre sabe de lo que habla y me parecen más interesantes sus silencios que el ruido de sobreinformación que me bombardea a diario, cumplirá 90 años en verano, y eso pesa, sobre todo en el alma. 
Paseamos, despacito, una hora que suele convertirse en hora y media porque él conoce a todo el mundo, habla con todos, con todos y aquí todo el mundo dice buenas tardes. Es maravilloso. Al poco de salir nos encontramos con Pepe, que se emociona al vernos, ahora tiembla mucho, está enfermo, la mella del tiempo, me mira y me regala una preciosa camelia roja y me dice; «Qué bonito una nieta con su abuelo» y me acuerdo de cuando era pequeña y Amable me regalaba flores y me decía: «Esta vale 1000 duros». Seguimos, vamos parando en cada esquina con el paisano de turno que está arreglando sus huertas, oigo mil historias, y sólo siento paz.
Después volvemos a casa, yo con muchas cosa aprendidas, porque no hay mejor reflejo del mundo que la charla de dos viejos, y me dirijo ya sola al cementerio y a la compra. Todo el mundo me llama por mi nombre, todo el mundo da las buenas tardes. Esta es mi casa.
Verán, ir nos iremos todos que a este paso en España no queda nadie, pero como comprenderán no me iré sin gritar que el mejor lugar del mundo está debajo de un limonero.