Encuentros enzimáticos, la #muertealbarroco y aprender a #disfrutar @ninorojoproject


04:01 a.m, una frase, una broca de 15 mm atravesando un cráneo: “Hemos perdido la capacidad de disfrutar con lo que hacemos,… tic, tac, piensa en ello”
Tic, tac. Sin darme cuenta con ese tic, tac puse en marcha la cuenta atrás de una bomba que llevaba tiempo dormitando en mi interior deseando reventar. Tic, tac, tic, tac,… un otoño más parecido a un gélido invierno sin nieve que se aglutinaba en el fondo de mi estómago como una maraña de agujas que se clavaban en mi garganta, haciendo que cada vez hablara menos, arrastrándome a nada bello, a todo lo feo, a una agonía perecedera que se llevaba de mí mi luz de hada, mi sonrisa, mis ganas, mi ilusión, y sobre todo mi capacidad de fascinarme por las cosas. Aquella debacle de despropósitos disfrazadas de buenas intenciones me había separado de mi misma, y sin darme cuenta yo misma accioné ese tic, tac, cuyo momento cero fue un doble check.
Por un momento deseé haber apuntado cada una de las cosas que me habían hecho supurar de rabia el corazón, una línea por cada alfiler clavado, algunos en el corazón con pena, otros debajo de las uñas con saña. Decidí más de una vez empuñar lápiz y enumerar fracasos y penas, pero no lo hice. No lo hice porque registrar es condenar al recuerdo lo que el tiempo cura, es caer en la zafia oportunidad de reprochar y sobre todo es la puerta abierta a la triste rutina de aquellos que desde el resentimiento levantan el dedo acusador.
Todo sucede por algo, cada pequeño acto tiene sus consecuencias y quizá por eso creo que este otoño maldito ha sido quizá lo mejor que me ha podido pasar ya que gracias a eso he recuperado mi capacidad de reacción, y con ella he reencauzado aquello que se había desbordado por falta de mimo, por exceso de celo y sobre todo por falta de egoísmo. Sacar lo bueno de lo malo, es quizá el mayor éxito al que nunca había llegado y aprender la lección de cómo usar el egoísmo en pos del bien común.
Estos caminos no se recorren nunca sólo, y al igual que el aleteo de una mariposaproduciendo tornados, fue mi encuentro enzimático con Niño Rojo el pasado noviembre lo que produjo en mi el deseo homicida de dar #muertealbarroco.
La #muertealbarroco apadrinada por vino y ángeles de la guarda es un proceso vital por el que uno se limpia de excesos tóxicos, de vampiros mutantes y de amigos mediocres. Es un renacimiento emocional por el que uno grita: “Mira, lo siento pero yo ya no” y quien quiera besarme que me bese, quien quiera odiarme que me odie y quien quiera quererme que me quiera mucho, pero ya está, yo ya no (ya no aguanto más).
A partir de aquí todo ha sido un resistir y un reaprendizaje que no ha hecho más que empezar. Estar en este punto es lo que me está permitiendo avanzar, el punto de comunión con uno mismo, y es que cada vez estoy más segura que para renacer a veces no queda más remedio que deshacerse de todo lo que uno tiene. Aprender a decir adiós es quizá lo que más me ha enseñado en este último mes. Desapegarnos de lo que nos mata, de lo que no nos aporta y sentir cada vez el corazón más liviano.
Si no amas, déjalo ir. Si no te aporta, no suma. Reflexiones a las que se llega quizá después de compartir días de convivencia con mis queridas compañeras de pasiones bajo la tutela de Carlos Albalá. Durante esos días, volví a abrir los ojos a lo que hacía años que había olvidado; abrí los ojos a la vida, a mis fotos a mis motivos.
Replantearse el camino es muy duro, dejar ir, es estremecedor. Los finales siempre dan miedo, pero no olvidemos que son siempre principios disfrazados de oportunidad, saber en el sitio en que uno está es importante, pero trazar una meta lo es quizá aún más. Hoy no sé qué será de mí mañana, pero si se que ayer perdí todas las fotos de mi iPhone y que por primera vez en mi vida, no lo siento como una tragedia sino como un punto y aparte, ya que las fotos siempre estarán en mi cabeza porque lo vivido, vivido está y eso si que es sólo mío.

La #muertealbarroco es de todas formas inconstante y a veces sigo sintiendo ese hondo y fantasmal vacío en mi tripa, porque el que vive a quemarropa se expone a que su mundo convulse, y cuando eso pasa por mucho que intentes entenderlo, no siempre hay respuestas. Y yo ahora mismo estoy buscando varias y puede que si mañana me miras de reojo quizás yo llegue a comprender por qué lo hiciste.