Rafa Molina, Carolina Martínez, Mónica Lozano e Ana Galán |
El pasado 13 de marzo fui invitada por el colectivo Cienojos a enseñar mi trabajo fotográfico en el Museo de Bellas Artes de Murcia (MUBAM). La que estaba condenada a ser una fecha terrorífica (maldito 13), se convirtió en un maravilloso día de lluvia y frío. Sí; lluvia y frío, quien me lo iba a decir, yo que iba toda presumida con vestidos y zapatitos de domingo, pasé más frío que una tonta, pero supongo que el gris del norte va siempre a mi lado como parte de mi esencia, y de alguna manera el gris y yo somos irreductibles, indivisibles, somos uno. Llegué el día anterior en un vuelo accidentado a Alicante, y desde allí viajé a Murcia. Al llegar… lluvia, mucha lluvia, pero los hermosos reencuentros iluminaron el día de forma puntual como candiles que cuelgan de la mano de quien los sujeta. Poco después de llegar, visité junto con el adorable Pascual Martínez (que conociera el sábado anterior en Giijón, en los visionados de Zoo) y mi bienquerido Néstor Lisón, con el que compartiera largos días de chimenea en la sierra de Peguerinos en un taller con Óscar Molina, la exposición de Juanan Requena, tan admirado por mi, y que finalmente tuve la suerte de conocer y de hacerme con una de sus pequeñas piezas que hoy es el orgullo de mi pared. La exposición era prodigiosa en imágenes, un totum revolutum que de forma caótica formaba una hiperestesia de impulsos sensoriales de los que es imposible apartar la vista. Como buenos anfitriones me llevaron a cenar a un pintoresco restaurante regentado por un cocinero un tanto estridente que convirtió el zarangollo en una nueva obsesión en mi vida, todo esto junto a unha buena porción de la “Huerta Murciana” y regado con un Jumilla hicieron de esta velada un momento para recordar. Al día siguiente pase la mañana recorriendo el Valle de Ricote, que en su naturaleza no paraba de sorprenderme, ya que es todo lo contrario a lo que estoy acostumbrada a ver a diario a mi alrededor. Por la tarde, paseo por Murcia y nervios, muchos nervios. Llamé a Rocío, siempre tengo que llamarla, porque siempre me ayuda hablar con ella, porque siempre me calma… y después, la charla en la que estuve todo el rato apretando los dientes, no se si por el frío o por la mezcla de nervios y expectación. Todo fue bien, pues como muy bien dije, no tengo mucho que contar de mi trabajo, a parte de que fotografío como vivo; a impulsos, sin más, sin trampa y sin semióticas ocultas, no hay enjundia. Después, como debe de ser, fuimos a la Taberna de Susete a degustar mis bien amadas marineras con un cubo lleno de Estrella de Levante y muy buena compañia; Néstor Lisón, Pepe Incha, Pascual Martínez, Gustavo Alemán… ahora ya os llevo en el corazón.