El @pa-ta-ta, el #oficio y los #amigos

Existen tiempos para huir a la celda de castigo interior que todos llevamos dentro. Pensar e interiorizar en tiempos de crisis. Tomar decisiones nunca ha sido del gusto de nadie, mucho menos de la gente que como yo de lo único que nos queremos preocupar es de vivir y de ejercer, no nuestro derecho, sino nuestro deber de vivir, como bien diría Sampedro. Pero la vida se impone y las decisiones aprietan hacia arriba empujando a una cuarta del pecho y por debajo de las costillas. Cuando la vida apremia tengo por mala costumbre escapar, volverme díscola y terriblemente nostálgica, esa tendencia a estar enferma de melancolía se agudiza bajo estos estados de ánimo peligrosos mucho en mí. Así que con una maleta llena de recuerdos y vagas esperanzas me encaminé a Granada, sola y vacía como de costumbre para una vez más volver menos sola y plenamente llena, porque cuando uno se predispone la vida regala momentos y experiencias que son lo único de lo que se puede llenar el corazón. Pasé cinco días en casa de Cristina, a la que conocí en un taller de Adriana Lestido y aunque la distancia e impedimentos han sido muchos, la vida nunca dejó que nos separáramos del todo y durante estos días pudimos completar las horas que nos faltaban hablando de fotografía, de cómo la vida nos hace enfermar de melancolía y sobre todo de cómo nunca dejar de mirar. Cada día me acostaba con un taco de fotos en las manos que aún no he parado de mirar e imaginar, y del que espero salga la historia más bonita jamás contada que es la que se cuenta en primera persona ante un espejo desnudo. Además de paseos interiorizadores por Granada, también visité el PA-TA-TA casi con el único fin de reencontrarme con mis queridos amigos de Cienojos y Omnivore, pero también con la esperanza de ver y conocer nuevas caras y trabajos. Así que bajo una lluvia desoladora y con los pies hechos una sopa me dirigí hacia la Plaza de las Pasiegas y allí además de mi esperado reencuentro, comenzó la ruta por las exposiciones galadornadas con una inoportuna lluvia. Primero nos dirigimos al Palacio de Gómerez, que albergó el grueso de las actividades del festival, y allí se realizaron las presentaciones de los trabajos que allí se exponían. El palacio en sí es una joya, pero verlo lleno de fotografía, pues siempre ayuda. Quizá la presentación de las mismas no es para mí la ideal, pero logra su objetivo de darles visibilidad en ese espacio tan particular. Después de acabar aquí, nos fuimos armados de paraguas a recorrer la ciudad en busca del resto de los trabajos que se exponían en distintas plazas. En cuanto a lo que vi, he de decir que aparte del trabajo del buen amigo Gustavo Alemán, “(No) soy de aquí”, me gustó especialmente por su delicadeza y su cuidado en el trato “Butterfly Days” de Bego Antón y también me gustaría destacar “Las matemáticas de Dios no son exactas” de Rocío Verdejo ya que me impresionó bastante la puesta en escena y sobre todo la temática gótica a la que hace referencia. Como tengo la costumbre, la noche se nos hizo pequeña, y entre charlas sobre todo un poco con mis murcianos favoritos pues me fui a dormir, contenta y en parte redimida y el amanecer se me hizo un poco cuesta arriba. A la mañana siguiente seguía lloviendo, seguía haciendo frío, así que me fui a la Plaza de la Trinidad y la zona del Botánico ya que en este momento yo ya había decidido que era mi parte favorita de la ciudad y me tomé un té caliente y visité todo lo que yo creía que debía visitar, hasta que al mediodía me fui a comer con Cristina y con César Lucas, al que tuve el honor de conocer y con el que compartí cañas y encuentros en los siguientes días. El paso de César por estos días inevitablemente no me dejó indiferente. La reflexión sobre el “oficio”, sobre el arte de mirar, de no rendirse, de cómo es siempre la “fuerza de uno” la que crea la magia, me llevo a una profunda reflexión sobre cuál es el deber del trovador de la imagen, de cómo debo enfrentar tanto la búsqueda como el encuentro y de que hay que sacralizar el “oficio de mirar” así entendido, y entre imágenes ya vividas en el subconsciente visual que todos poseemos llegó el domingo y con él, el sol. El Albaicín brillaba y así se despidió Granada de mí, con Sacromonte, flamenco y la búsqueda irregular de piononos en la plaza Larga entre grandes risas y promesas de reencuentro con mis murcianos que desde ya son parte de mi recorrido vital. De Granada me llevé el honor de conocer a César Lucas, el reencuentro con los amigos, el conocer a David y a Blanca que para mí fue de lo mejor del viaje y por supuesto la sensación de haberme sentido tan a gusto y tan cerca de Cristina y su familia, que eso sí que ya no lo voy a olvidar nunca. Del festival me llevo la sensación de que ha sido demasiado cerrado para los visitantes, y sólo encauzado a la gente seleccionada, aunque quizá esta sensación esté heredada de la lluvia, no lo sé, pero sería algo a revisar. A parte de esta sensación, me gustó charlar con otros artistas y me llevo grandes sensaciones y lecciones aprendidas. Otra cosa que me encantó fue la charla de Jesús Micó sobre la periferia, ya que me resultó útil y reveladora ya que nuestro trabajo se desarrolla en la periferia de la periferia, así que doblemente útil. Y como no la alegría más grande, pues que Gustavo Alemán expondrá en el Kursala, así que un poco de suerte a lo mejor, nos vemos en Cádiz.

Despedida en el Albaicín

 

Palacio de Gómerez

 

Tarde en Plaza Larga

 

Sacromonte

 

Posando para Pascual Martínez en el Palacio de Gómerez

 

Sofía Santaclara presentando «Lepidópteras»

 

Paseando por el Realejo

 

Sobremesa en Plaza Larga

 

Lecturas en el Generalife

 

Con César Lucas en la Universidad de Granada