Misántropas, #feminismo y una cuestión de #género

Verán, a menudo me pregunto si es necesario tanto feminismo y proclama rancia para alzarnos como mujeres libres y orgullosas. Cierto es, que por suerte o por puro despiste, yo siempre me he movido en ambientes en los que me he sentido libre e igualitaria, (no siempre, pero sí la mayor parte de las veces), o al menos en mi inocencia, así lo creía.
 
 Empecé a darle vueltas a estas reflexiones a raíz de visitar varias exposiciones en las que mujeres jóvenes alzaban la voz para reclamar el sitio que nos corresponde, y la que más me impactó fue la que visité hace unos meses en la Galería Sargadelos de Ferrol, en ella Paula Cabaleiro nos mostraba un abecedario de términos considerados “aptos o correctos” para la mujer, como son decencia, decoro, etc. y bajo estos términos hilaba un discurso que configuraba (no pude haber) dos morales para dos sexos. De repente, me encontré ante una realidad perfectamente reconocible por mí. Siempre he sentido que se nos ha exigido aún más por el simple hecho de ser mujer, pero nunca me había parado a analizar punto por punto por qué o hasta qué punto se nos exige cierto código de rigor impoluto para ser aceptables o válidas. Seguí dándole vueltas al tema, de repente todo parecía hacer referencia a este tipo de configuraciones estéticas y morales que inconscientemente tomamos como válidas en las que claramente, la mujer tiene un papel secundario. Y tristemente, me convencí, que todavía hoy seguimos necesitando reclamas para buscar “nuestro” sitio. Sin ir más lejos, hace poco acudí a una boda en la que comprobé con asombro como las mujeres se presentaban como las novias, señoras o mujeres de, acto que me espantó y horrorizó y me convirtió de alguna manera en una especie de disminuido social al acudir sola a un evento de tal calibre. Me impresionó, al igual que me siguen impresionando las conversaciones en torno al cotilleo y amarillismo que presencio a diario en el que mujeres juzgan, y hacen conjeturas morales a cerca del decoro, estilo etc. de otras mujeres inculcando y conservando unos prejuicios que dañan y manchan nuestra condición de mujer. Confusa y aturdida, yo que siempre creí que el feminismo hoy por hoy está mal entendido y ya pasado de rosca, creo que si me remito a los últimos acontecimientos no puedo hacer otra cosa que admitir que me equivocaba, (pero aún conservo matices). En PhotoEspaña visité dos exposiciones que me ayudaron a seguir ahondando en el tema, al igual que me fascinaron por su calidad. La primera fue la de Shirin Neshtat, una fotógrafa iraní que denuncia la situación de la mujer en el Islam a través de la superposición de escritura farsi en los rostros de personajes que pueblan la iconografía iraní y a los que ella dota de significado. A pesar de que la exposición me pareció maravillosa, lo que más me gustó fue Zarin, una en la que se cuenta la historia de una prostituta y como los condicionantes sociales la aterrorizan teniendo una relación de odio con su cuerpo.  
La otra exposición que me fascinó a este respecto fue “MUJER. La vanguardia feminista de los años 70. Obras de la SAMMLUNG VERBUND, Viena”. Visitando esta exposición una vez más retomé ese pensamiento de si todavía eran necesarias muestras de arte de este tipo que ya se imponían hace 40 años, y si en este tiempo no habríamos conseguido superar y avanzar ciertas barreras. Lo cierto es que me cuesta y me duele pensar que no hemos avanzado nada, algo hemos debido de avanzar, pero lo primigenio, el odio original, sigue ahí alentado por la educación judeo-cristiana o islámica, (según donde te toque nacer) que día a día impregna de esa terrible sensación de culpa que toda mujer debe sentir al sentirse libre, satisfecha o feliz. Disfruté mucho ante las obras de mi adorada Francesca Woodman, pero también me recreé descubriendo y redescubriendo a otras. En el caso de Hannah Wilke, me sorprendió la similitud de su serie con las Lepidópteras de Sofía Santaclara, las “Imitations of myself” de Suzy Lake me hicieron reflexionar ante el concepto de máscara y de repetición de nosotros mismos que mostramos al mundo, tema que de alguna manera toque en “Habitacións Reflexas” y que me sigue pareciendo fascinante. 
  
El uso que hace Annete Soltau del hilo en su serie “Sebst” vuelve sobre la idea de máscara, de objeto cotidiano, de cómo construir nuestra identidad alrededor del hilo (objeto destinado a la mujer por principios). Otros trabajos que me llamaron la atención fueron los de Nil Yalter, Alexis Hunter, Ana Mendieta y Birgit Jürgenssen, pero es el trabajo de Suzanne Lacy y Leslie Labowitz “In mourning and in Rage” el que me lleva a la más dolorosa realidad; no hemos avanzado nada. Este trabajo es una performance que se realizó como protesta por los crueles asesinatos de varias mujeres en California y para dar visibilidad a la esquilma y al maltrato que sufría la mujer por su propia condición. ¿Les suena esta historia? Podría haber pasado ayer. De hecho cuando lean esto puede que haya pasado. Es duro enfrentarse a una realidad como esta, y muchas veces queremos obviarla y nos creemos que somos libres, mujeres emprendedoras, solitarias, triunfadoras, felices,… pero no lo somos, en el fondo seguimos teniendo miedo aunque queramos desterrarlo. ¿Recuerdan aquella maravillosa frase de Buscando un beso a Medianoche en la que una mujer buscaba un misántropo? “Misanthrope seeks misanthrope.” Bien. Creo que yo también he llegado a ese punto. Soy misántropa, y no por convicción ni devoción, más bien por obligación, (y eso que esta película ha acunado desde siempre mis sentimientos más románticos).  
Verán, cuando digo por obligación, lo digo porque es un acto secundario del cabreo. Un cabreo derivado de la incredulidad que me crea el hecho de tener que luchar cada día más que tú y tú macho mediocre de clase alfa que puebla las calles y se te llena la boca de condescendencia. Sí, tengo que pelear más, porque aparte de ser mujer, tengo que ser bonita, tengo que pesar 50 kg. (o soportar los comentarios ofensivos de mi propia familia ante mi reciente subida de peso), tengo la obligación de ser dulce y sonreír, de sujetar mis pasiones, de no dar rienda suelta a mis fantasías, ser cauta e inocente, mantener la compostura, también se valora el ser complaciente, el leer entre líneas, y por supuesto inteligente, exitosa e independiente, (aunque me temo que estas tres últimas cualidades sólo las valoramos las mujeres). Y saben que, a mí ya no me quedan fuerzas para nada porque me han repetido tantas veces que no puedo hacer, ser o estar que por desgracia me lo he creído, y aquí estoy preguntándome que ha sido de Carolina, de la que conocí y que no conocía el miedo, ni los prejuicios, en qué momento la envenenaron de miedo y le quitaron las ganas, en qué momento le inyectaron desanimo, y en qué momento se volverá a sentir CAPAZ. Y saben que es lo peor de todo, que hoy cuando se levantó llorando se puso a pensar cuándo fuera la última vez que la habían abrazado, y no se acordaba porque al final, las mujeres tampoco tienen derecho a llorar, ni a sentir, ni a preocuparse, porque está de moda ser fuerte, muy muy muy fuerte, y muy divertida, y reírse de todo, y al final estar siempre muy muy muy muy sola.